Leí por ahí, no sé de qué autor, tal vez usted lo sepa, esta frase que me conmueve al pensar en la vocación de escribir: “Publicar un libro de poemas es como dejar caer un pétalo de rosa en el Gran Cañón y esperar el eco”. Tal es la promesa para quien dedica sus horas en soledad a plasmar en un texto poético todo el dolor y toda la ternura que clama por salir del interior del ser humano que en poesía se expresa. 

En Itagüí, ciudad rica en producción artística y cultural, ha sido la literatura y la poesía en particular, una manifestación presente, viva y palpitante. Para constatar esta afirmación presentamos aquí dos poetas que, desde diferentes escenarios, uno como gestor cultural, profesor y tallerista de literatura y otro como joven promesa de la poesía, nos ocupan en esta publicación que ofrecemos a ustedes desde la Revista Idearte. 

Omar Gallo: Poeta y escritor, con tarjeta profesional de artista expedida por el Ministerio de Educación de Colombia el 18 de junio de 2010, profesional en Gestión Cultural de la Universidad de Antioquia, fundador y director de los talleres de escritores El Sueño del Árbol de Itagüí, que cumple 18 años de continua labor y el taller literario de Barbosa (Antioquia), con diez años de fundado.

Ha sido   jurado de diversos concursos de poesía y cuento en particular de la convocatoria a estímulos a la creación literaria del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia 2017 y 2018.  Ha publicado seis libros y se encuentra próxima a salir su libro número 7. Recibió la orden del Congreso de Colombia en el grado de Caballero y la Orden al Mérito Cívico y empresarial “Mariscal Jorge Robledo” grado plata por parte de la Asamblea Departamental de Antioquia en mayo de 2011. Ha sido profesor de la Casa de la cultura de Itagüí por muchos años y es reconocido en el ámbito departamental por su labor como escritor y gestor cultural. 

Tiempo de Espejos

       Que acaso el tiempo es un misterio

       que muda de sombra

       frente al miedo de la noche.

Este poema no es azul como los ojos de la tarde
ni tiene en las manos una flor que se muera
con sólo abrir los brazos del presagio;
no tiene secreto alguno que salve el vocablo
ni gesto místico que pretenda sublevarse.
Este poema no se persigue para atarse a un árbol,
para sobrevivir frente a la guerra de silencios
cuando la ceniza de la niebla
toca el cuerpo sin abrigo del judío
que jura asesinarse si se encuentra.


El tiempo habla poco y se acobarda con la muerte;
es el abandono frente al sigilo del tocarse,
trinchera que llena de heridas la recordación
y se aferra a la soledad para evitar los adioses
que proclaman que el delirio es ebriedad
o tal vez un antiguo enigma capaz de ancianizar
una pared de corazón embrutecido.


La hora de hablar de buques, lunas, dioses 
y mares medievales, ha pasado;
el poema y el tiempo se enrojecen
ante la alborada de lo eterno,
-pues con la ceguera y un puñal-
hacen de la lágrima, la intimidad
aferrada al espíritu de soledad que no respira;
al espejo musical del desvarío y la utopía,
a un ángel capaz de sonreír sin habitarse. 
El tiempo, una luz tenebrosa capaz de sollozar.

Apología de la Tarde

     Necedad, el crepúsculo si molesta la mañana.

La tarde cae como un grito de congojas, envuelta en un aroma de misterios, arde descolorida ante el señorío contagioso de los astros, se inclina pesarosa e imprevista de secretos; la tarde, reino de músicas de ozono y cortejo azulino que se eriza por sagrado, blanco susurro que merodea en los umbrales de los templos del poema, espacio abierto y luminoso cerca de asombrar al indeciso. Centinela silencioso que no evita el motín de arreboles y de recuerdos por contagio, floración que advierte del escándalo beduino cuando está a punto de parir espigas la melancolía. La tarde, Silvia, la tarde, intriga de adioses y tizne de abandono a punto de celebrar el fin de la guerra y el castigo para los cuervos por arrojarse sobre el fuego y la piel del condenado.

Melodía Inconclusa

          A Gustavo Cerati por siempre.

Sin malicia la sentencia 
que madura en tu cabeza,
el secreto y el veneno 
en el trajín de la memoria
o el esbozo de un delito que llega si no ríes.
La mañana se entretiene 
en recuerdo a tu prontuario
y entre lo oscuro y la nostalgia, 
te buscan por inmóvil.
Se le perdieron los ojos a la música,
un grito no delata tu sentir
ahora entre las sombras,
y tu voz, sin los brazos y sin alma,
es un ángel más sonriendo en los espejos.

Señal de Estrellas

          La ciudad es una pared del universo.

La ciudad 
es una luz que florece en las palabras
y de tajo se rompe con el regreso de la muerte
cada que se atreve a delirar
con los prodigios o disfraces de la risa.
La ciudad: 
silencio y paredes habitadas por la espera.

Sebastián Salazar: Nacido en Medellín en 1995, estudiantes de quinto semestre de literatura de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín,  integrante del taller de escritores El Sueño del Árbol de la Casa de la Cultura de Itagüí desde el año  2013

integrante del taller de la poeta Clemencia Sánchez en  la Universidad Pontificia Bolivariana entre el 2015 y 2016;  participó en el noveno Festival de Poesía al Parque de Itagüí en el 2013 así como en  el Primer Encuentro Metropolitano de Escritores Ciudad de Envigado en el mismo año. Fue invitado al Decimocuarto Parlamento Internacional de Escritores Jóvenes en Cartagena con la ponencia “Rubén Darío el poeta de la mímesis a la renovación de la lengua española”, en el año 2016. 

Última evocación en el invierno

Se me olvidó tu nombre,
no recuerdo
si te llamabas luz o enredadera,
pero sé que eras agua
porque mis manos tiemblan cuando llueve.

Carlos Medellín

De tanto sostener en las manos los planos de tu cuerpo, de tanto mirar tu rostro en fotografías viejísimas, me fui siendo un desconocido y no cerré la puerta. Con los vientos que hacen por estos días, cuando encontré de nuevo el número de tu habitación, en este hotel que es la memoria, las cartas eran harapos que seguían sin marcar. La humedad es la poética, el aire de las cosas. Temerás al rocío cada mañana, la vida que se alimenta a sí misma con la muerte, los besos que se enferman de tos en el verano. Para no entrar en más detalles: se me olvidó tu nombre de tanto que te quise y en mis manos ya no tiembla de tanto que llueve.

Anuncios en periódicos matutinos 

Se busca pareja para bailes de salón. Se ruega que no sepa bailar, que lleve el tropiezo como consigna. Presentación personal de bastón, no son necesarios más idiomas. Experiencia en morder el polvo, conocimientos en la materia de que no todos los caminos conducen a Roma, la gravedad como principio desigual de las cosas que al caer nunca hacen ruido. Se prefiere sin zapatos, no irá muy lejos de la tierra, no dolerán las pisadas sin las huellas. Despojado de la virtud del boxeador, la poesía se nos mantiene cayendo y ya nadie la levanta, Platón, favor no confiar en los poetas. Si el bailarín se tropieza y el cantor se calla, Violeta, habremos llegado al fin al estropicio y el silencio, la poética de dios para los tiempos difíciles. Se necesitan maestros de obra para sembrar sobresaltos y tornillos en el piso de este teatro de vanguardias, el verso que nunca escribirá dios bajo este cielo.

Cementerio de peces

Mi cama es un cementerio de peces. En sueños, arrojado al agua como un infante al que le enseñan a nadar, bajo la premisa de que ahogarse asusta o que tragar agua no siempre quita la sed; he sido todo tipo de personas, animales y cosas. Entendí los sustantivos y las otras desdichas del lenguaje que, siempre eran ruido en los salones de los años que siempre reprobaba.  Lentamente fui aviador y desterrado, boxeador y pacifista, empacador del desgano en algún supermercado, anciano presidiario en el cuerpo de un milenial. He sido ballena en ríos inventados, floreros irrompibles, amante inconfesable de maestras de escuela, el madrugador al fin de los desvelos. En ocasiones, me levanto anestesiado tras la osadía feroz del amor, la dinastía vulgar de los abrazos y veo claro el mar, ante mis ojos las sábanas desembocan en el suelo, como si se pudiera ir más lejos de sí mismo. Yo, que nunca voy más lejos por temor a lo que no es presente, comprendo que el mar es también cementerio y que cada noche me arrojo confiado entre sus fauces, como un pez de escamas imposibles que se hunde en el mar muerto.  

No se pueden escribir poemas de amor en cuarentena

Ahora que todos escriben poemas de amor sumidos en las trincheras de sí mismo, auspicios de Ungaretti, ahora que todos te escriben y sueñan con tu rostro detrás de las paredes; no es necesario que yo lo haga. Todos los enamorados del mundo aman la misma mujer sin saberlo. Debes alejarte lo suficiente de la intención de escribir poemas de amor si no quieres salir herido. Es mejor negocio escribir informes, cuentas de cobro o una retahíla de quejas por lo mal que van los negocios en esta mesa, decir que el tráfico es imposible y que el clima ya no da tregua. Todos los poetas aman a la misma, porque siempre son los mismos ojos, el mismo pelo, el mismo olor marchito en las solapas. No vale la pena en estos tiempos escribir poemas de amor o canciones incendiadas, en todo caso las palabras más altas del amor, las más gordas y más perfumadas ya se escribieron a tu nombre de cebollas y perros muertos en la calle, porque todas las amadas por poetas son la misma, para bien o para mal, curiosidades del amor. 

Nueva poética del silencio 

Sueño que entro a la oficina de la poesía. Es una mujer joven con el rostro arrugado, pero bella a su manera, si existe una manera de ser propiamente amargo. La oficina es un viejo teatro vacío, el escenario es la grieta donde la poesía inventa el baile en el tropiezo. Despierto y sé que la poesía me ha cerrado la puerta en las narices, que ha aceptado mi renuncia sin carta, que me ha despedido antes de que hable o que sugiere que tome vacaciones. Si no somos videntes de lo que pasará o si ya lo vimos y no sostenemos la mirada en los espejos, si las palabras solo hablan de lo que irremediablemente sucede, no tiene sentido aferrarse a la ceniza. Ahora sé que fumo para no escribir, que fabrico casas con humo para no pasarme de listo, aunque todos digan que soy un niño genio y me perdonen los estruendos por las noches. Valéry dice que el primer verso lo escriben siempre los dioses, si es así, digo yo, que los demás los escriba la poesía, el ángel caído o los poetas de siete años, sólo los ateos. Inventar de nuevo los sonetos, si con un verso no alcanza para qué quieren otros diez. Escribir el verso de Dios y callarlo todo.

Primero me enamoré de la noche 
y perseguí gatos que no iban a ninguna parte, 
amé la ruina sobre todas las cosas
 mientras trataba de enamorar la soledad. 
Fui el inventor de todas las cosas descubiertas, 
puse anuncios en periódicos 
buscando a Dios entre los hombres sin empleo. 
Desocupado lector, si está desempleado 
búsqueme en la calle, 
soy la puerta que no conduce a nada.

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